Con la señal de la ceniza en la frente

Contaba en un artículo Alvaro Cunqueiro que a don Fernando el católico una bruja le dijo que moriría en Madrigal de las Altas Torres y, desde entonces, don Fernando evitó ese pueblo…, para terminar muriendo al fin en Madrigalejo. A Enrique IV, en la obra de Shakespeare, le fue profetizado que moriría en Jerusalén, por lo que pensó que sería en Tierra Santa, pero al fin terminó muriendo en una sala de palacio llamada Jerusalén. A Catalina de Médicis le predijeron que moriría cerca de Saint-Germain, por lo que ordenó cerrar el castillo de Saint-Germain y suspender unas obras cercanas a la parroquia de Sain-Germain, pero luego le mandaron un nuevo capellán que se llamaba Julen de Saint-Germain y murió al mediodía del día siguiente acompañada por él.

En fin, continúa Cunqueiro, «estos tres ejemplos prueban que es inútil evitar el lugar en que está predicho que un hombre haya de morir. Un conocido relato talmúdico cuenta que estaba con el rey Salomón, en una sala de su palacio, un rico mercader, el cual vio cómo se acercaba por la terraza Azrael, el ángel de la muerte. El mercader le pidió a Salomón que, usando todas sus artes mágicas, lo enviase en un vuelo a la India, que era cosa de vida o muerte. Salomón dijo las nueve palabras y el mercader pasó, instantáneamente, a la India. Azrael se acercó a Salomón y le preguntó:

—Dime, rey, ¿qué hacía ese en tu palacio? Porque tengo órdenes de ir a llevarle la muerte a la India.

Y Azrael salió batiendo las alas fatales, tras el mercader.

Es inútil huir del lugar, es inútil huir de la hora… Escribo estas líneas en miércoles de ceniza, todavía con la señal de la ceniza en la frente».

Álvaro Cunqueiro, «Los lugares fatales», artículo del 18-II-72 en el Faro de Vigo, recogido en la selección titulada Los otros caminos Barcelona: Tusquets, 2004, 2ª ed.