Desprestigio y necesidad de la universidad

Luis Daniel González
4 min readSep 23, 2018

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Al comienzo del curso universitario, recupero algunas citas que pueden hacer pensar sobre razones para el desprestigio y la necesidad de la universidad.

Empiezo por un comentario de Allan Bloom: «La Universidad no necesita preocuparse de suministrar a sus estudiantes experiencias que pueden obtenerse en la sociedad democrática, ya las tendrán en cualquier caso. Antes bien, deben proporcionarles experiencias que no puedan tener en ella. Tocqueville no creía que los escritores antiguos fuesen perfectos, pero creía que podían hacernos conscientes de nuestras imperfecciones, que es lo que realmente nos importa. Las Universidades nunca cumplieron muy bien esta función. Ahora han dejado prácticamente de intentarlo». Y, en otro momento, el mismo autor afirma: «En los estudiantes selectos de hoy ha descendido tanto el nivel de conocimientos, ha aumentado de tal manera su alejamiento de la tradición y se ha intensificado hasta tal punto su debilidad intelectual que, junto a ellos, sus predecesores parecen prodigios de cultura. El suelo es más delgado, y dudo que ahora pueda sostener las vegetaciones más altas». [El cierre de la mente moderna (The Closing of the American Mind, 1987). Barcelona: Plaza & Janés, 1989]

En el mismo tono crítico, afirma Paul Johnson que «las universidades son las instituciones más sobrevaloradas de nuestro tiempo. (…) Existe el mito de que las universidades son custodios de la razón. A decir verdad son invernáculos donde florece el extremismo, la irracionalidad, la intolerancia y el prejuicio, donde el esnobismo social e intelectual se cultiva casi deliberadamente y donde los profesores procuran contagiar a sus estudiantes su propio pecado de orgullo». [Al diablo con Picasso y otros ensayos (To Hell With Picasso, 1996), Buenos Aires: Javier Vergara, 1997]

Explica George Steiner la importancia de conducir a los jóvenes al estudio de «aquello que, en un principio, sobrepasa su entendimiento, pero cuya estatura y fascinación les obligan a persistir en el intento. La simplificación, la búsqueda del equilibrio, la moderación hoy predominantes en casi toda la educación privilegiada son mortales. Menoscaban de un modo fatal las capacidades desconocidas en nosotros mismos. Los ataques al así llamado “elitismo” enmascaran una vulgar condescendencia: hacia todos aquellos a priori juzgados incapaces de cosas mejores». [Errata-El examen de una vida (Errata: An Examined Life, 1997)]

En otro libro Steiner continúa con la misma idea, con iguales acentos y contenidos a los de la cita de más atrás de Paul Johnson, y dice: «Son los profesores (y sus asustados decanos) los que han quebrantado el “juramento hipocrático” de buscar la verdad, de proponerse lograr claridad en sus juicios, de arriesgarse a la impopularidad, cosa que un profesor tiene que hacer, aunque sea en su silencioso fuero interno, cuando obedece a su vocación. Las consecuencias –que llegan hasta la banalización del programa de estudios, del proceso de examen, de los nombramientos para puestos en los colleges y universidades, de la publicación seria y la financiación — han sido dañinas». [Lecciones de los maestros (Lessons of the Masters, 2003)]

La misma reflexión hace también Simon Leys cuando, al comentar cómo entiende la función de la universidad — tomando pie de una frase de Gustave Flaubert: «he procurado siempre vivir en una torre de marfil; pero una marea de mierda está batiendo sus muros, amenazando con destruirlos» — , responde a quienes critican el carácter elitista de la enseñanza universitaria en nombre de la igualdad y la democracia: «La exigencia de igualdad es noble y debe apoyarse plenamente, pero dentro de su propia esfera que es la justicia social. No tiene ningún espacio fuera de ahí. La democracia es el único sistema político aceptable; pero concierne exclusivamente a la política, y no tiene ninguna aplicación en ningún otro campo. Cuando se aplica en cualquier otro sitio, significa la muerte, porque la verdad no es democrática, la inteligencia y el talento no son democráticos, ni lo es la belleza, ni el amor, ni la gracia de Dios. Una educación democrática de verdad es la que prepara a la gente intelectualmente para defender y promover la democracia dentro del mundo político; pero la educación, en su propio campo, debe ser implacablemente aristocrática e intelectual, debe estar enfocada, sin el menor pudor, hacia la excelencia». [«Una idea de universidad» (An Idea of the University, 2006), Breviario de saberes inútiles (The Hall of Uselessness, 2011). Barcelona: Acantilado, 2016].

Con todo, la misma vida académica y las publicaciones de los autores citados son buenas pruebas de la necesidad que todos tenemos del buen trabajo universitario. Al respecto se pueden recordar unos comentarios que hizo Tolkien en una carta de 1963 a su hijo, cuyos párrafos acomodo y abrevio. Le decía que recordaba con bastante claridad el año 1935, cuando habían pasado ya 10 años desde que, todavía inocente y confiado, había regresado como profesor a Oxford lleno de las ilusiones de la juventud. En esa época, escribía, ya le disgustaba el estilo de muchos estudiantes y profesores. Años atrás había rechazado como repugnante y vulgar cinismo las palabras de un viejo catedrático que, cuando le dijo que veía en Oxford «una universidad, un lugar de aprendizaje», le respondió ásperamente diciéndole que se desengañase, que Oxford no era más que una fábrica donde lo único que los catedráticos buscaban era cobrar. En 1935, sigue diciendo Tolkien, ya sabía que eso era perfectamente cierto y una clave para entender las cosas: «Perfectamente cierto, pero no toda la verdad. (La parte más grande de la verdad está siempre escondida, en regiones fuera del alcance del cinismo). Se me aplicaron tácticas obstruccionistas y fui estorbado en mis esfuerzos (…) por intereses creados de becas y honorarios. Pero al menos nunca se me obligó a enseñar nada que no amara (y amo) con inextinguible entusiasmo». Sea como sea, continuaba, «no se puede mantener una tradición de enseñanza o de verdadera ciencia sin escuelas y universidades, y eso significa maestros y catedráticos. (…) El vino precioso necesita (en este mundo) de botellas o de sustitutos aun menos valiosos». [Carta 250, Cartas (Letters of J. R. R. Tolkien, 1981), selección de Humphrey Carpenter, con la colaboración de Christopher Tolkien, Barcelona: Planeta-Agostini, 2002]

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Luis Daniel González
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Written by Luis Daniel González

Escribo sobre libros, y especialmente sobre libros infantiles y juveniles, en www.bienvenidosalafiesta.com.

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