‘El Gatopardo’, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa

Luis Daniel González
4 min readSep 4, 2021

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Novela que llevaba tiempo en mi plan de Relecturas y que al fin releí hace pocas semanas con un interés redoblado debido a este comentario.

Sicilia. La novela sigue a Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, y a su familia, en cuyo escudo de armas figura un leopardo jaspeado, un gatopardo en italiano. Comienza en 1860, cuando Garibaldi desembarca en Sicilia y, al acelerarse la unificación italiana, que llegará en 1870, don Fabrizio va cayendo en la cuenta de que los privilegios de su condición de aristócrata se tambalean debido al ascenso social de los burgueses y al creciente papel de los burócratas del nuevo Estado. Don Fabrizio lo percibe a la vista del comportamiento de su sobrino Tancredi Falconeri, que se unió a Garibaldi con el deseo de sacar partido de la situación; al conocer a don Calogero Sedàra, el alcalde de Donnafugata, su pueblo de veraneo, un prestamista que se ha hecho rico; y al tratar, más adelante, a un funcionario llamado Aimone Chevalley de Monterzuolo, que ofrece a Don Fabrizio que sea senador, oferta que rechaza por distintos motivos, también porque, como le dirá él mismo explicándole cómo son los sicilianos, en ellos «la vanidad es más fuerte que su miseria: toda intromisión de extraños (…) es un ataque». La novela progresa con el enamoramiento y boda entre Tancredi y Angélica, la hija de don Calogero, aunque Tancredi estaba destinado a casarse con Concetta, la hija de don Fabrizio; luego, con el envejecimiento y muerte de don Fabrizio, que llegará en 1883; y, por último, en un largo salto cronológico hasta 1910, cuando se reencuentran, siendo ancianas, Angélica, viuda, y Concetta, que continuó soltera.

El estilo de la novela es deslumbrante. Por un lado, la fluidez narrativa se combina con, y también deriva de, la belleza de un estilo del que surgen, una y otra vez, frases brillantes e irónicas que nos admiran: «era un jardín para ciegos: allí la vista no encontraba más que ofensas». Por otro, se transmite verosimilitud, por supuesto con el protagonismo tan dominante de don Fabrizio, un tipo humano inspirado en el bisabuelo del autor, pero también con los comportamientos de los demás personajes. Véase la siguiente descripción: «liberado de las mil trabas que la honestidad, la decencia e incluso la buena educación suelen imponer a las acciones de muchos otros hombres, el alcalde avanzaba por el bosque de la vida con la seguridad de un elefante que, arrancando árboles y aplastando madrigueras, camina en línea recta sin advertir ni siquiera los arañazos de las espinas y los gemidos de sus víctimas. En cambio al Príncipe, educado en pequeños y amenos valles recorridos por los céfiros corteses de los “por favor”, “te agradecería”, “me harías la merced”, “has sido muy amable”, las charlas con don Calogero lo transportaban a un páramo barrido por vientos estériles y, aunque en el fondo de su corazón seguía prefiriendo las quebradas de los montes, no podía dejar de admirar el ímpetu de aquellas corrientes de aire que de las encinas y cedros de Donnafugata conseguían arrancar arpegios hasta entonces nunca oídos».

En lo que tiene de novela que habla del ocaso y fin de una época, El gatopardo no deja un poso tan esperanzador en el lector como, por ejemplo, lo hacen Retorno a Brideshead y la trilogía Espada de honor, de Evelyn Waugh. El interés del autor está, sobre todo, en hablar de la decadencia inevitable de una clase social y su sustitución por otras que no van a ser mejores: Don Fabrizio compara su condición y la de los campesinos con la de los nuevos burgueses y burócratas diciendo que «nosotros somos leopardos y leones, quienes tomarán nuestro lugar serán hienas y chacales. Pero los leones, leopardos y ovejas seguiremos considerándonos como la sal de la tierra». Además, la novela desea subrayar tanto el tema de un pasado que desaparece como el de que la muerte nos acaba igualando a todos: en una escena final, cuando muere el perro de la familia, Bendicó, se cuenta que, al ser arrojado por la ventana, parece adoptar la forma del emblema de la familia, el Gatopardo, y que «luego todo se apaciguó en un montoncito de polvo lívido».

Con todo, tal como se indica en el artículo al que me referí al principio, hay personajes que si a primera vista son algo cómicos, incluso grotescos, al fin resultan nobles y emocionantes. Es el caso de don Ciccio Tumeo, del padre Pirrone, de don Onofrio y de Concetta: vale la pena leer la novela prestándoles atención y no dejarse «dominar» precisamente por los protagonistas dominantes, por el ímpetu del príncipe, por el descaro de sus «oponentes», o por la belleza de Angélica.

Además, aquel artículo también explica muy bien que la famosa frase de la novela «si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie» ha sido mal interpretada muchas veces porque la novela «es una enmienda a la totalidad de esa idea, que no expresa el príncipe de Salina, el protagonista, sino su sobrino Tancredi». Lo que la novela constata es la ineptitud de una clase social que ignoró sus responsabilidades y se abandonó a la peor de las conductas, una clase que había dejado atrás hace tiempo una época de superioridad primero, otra época de privilegios después, y que ahora estaba viviendo ya en una época de vanidades, según una famosa y antigua declaración de Chateaubriand en Memorias de ultratumba.

El narrador lo explica del siguiente modo: «A lo largo de los siglos la riqueza se había convertido en ornamento, en lujo, en placeres; solo eso; la abolición de los derechos feudales había decapitado las obligaciones junto con los privilegios; como un vino viejo, la riqueza había ido depositando en el fondo de las cubas las heces de la codicia, los afanes e incluso de la prudencia, de modo que solo quedaba el entusiasmo y el color. Había acabado, pues, anulándose a sí misma: aquella riqueza que ya había consumado el propio fin solo se componía de aceites esenciales y como los aceites esenciales se volatilizaba velozmente».

Giuseppe Tomasi di Lampedusa. El Gatopardo (Il Gattopardo, 1958). Barcelona: Anagrama, 2019; 328 pp.; trad. de Ricardo Pochtar; prefacio de Gioachinno Lanza Tomasi; ISBN: 978–8433980304.

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Luis Daniel González

Escribo sobre libros, y especialmente sobre libros infantiles y juveniles, en www.bienvenidosalafiesta.com.