‘El hombre en busca de sentido’, de Viktor Frankl

Luis Daniel González
5 min readDec 3, 2017

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Uno de los libros que más he recomendado. En la edición que cito tiene dos partes: la primera es una narración de la estancia del autor en varios campos de internamiento nazis y la segunda es un apéndice titulado «Conceptos básicos de Logoterapia». Un buen prefacio resume la vida personal y profesional de Frankl, da los datos que faltan para completar brevemente su relato de la estancia en los campos, habla de sus publicaciones y de su relevancia profesional crecientes en las décadas centrales del siglo XX, y detalla la curiosa historia del libro, que pasó de un fracaso sin paliativos cuando se publicó a ser después un éxito arrollador.

Las intenciones de la primera parte, subtitulada «un psicólogo en un campo de concentración», son «ofrecer una descripción psicológica y una explicación psicopatológica de las características típicas de la psicología en un campo de concentración». Está dividida en tres secciones, tituladas «Internamiento en el campo», «La vida en el campo» y «Después de la liberación». El autor cuenta los sucesos que vivió, cronológicamente pero centrando su atención en las distintas reacciones de los internos. Para eso va poniendo titulillos a los apartados como, por ejemplo, Apatía, Los sueños, Hambre, Sexualidad, Política y religión, El humor en el campo, Suerte es lo que a uno no le toca padecer, Planes de fuga, etc.

El autor dirige sus comentarios a ilustrar lo que se indica en el título, la busca de sentido. Hace pensar en cómo, al final, lo que importa es ser conscientes de los motivos para luchar y para sobrellevar las condiciones de vida, por penosas que sean. Se apoya, para eso, en «las palabras de Nietzsche “el que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”», de las que dice que «podrían convertirse en el lema que orientara y alentase los esfuerzos psicohigiénicos y psicoterapéuticos con los prisioneros».

Los esfuerzos terapéuticos de Frankl en el mismo campo, nos dice, se apoyaban en hacer notar a sus compañeros que «la unicidad y singularidad que diferencian a cada individuo, y confieren un sentido a su existencia, se fundamenta en su trabajo creador y en su capacidad de amar». Por eso, quien sea «consciente de su responsabilidad ante otro ser humano que lo aguarda con todo su corazón, o ante una obra inconclusa, jamás podrá tirar su vida por la borda. Conoce el porqué de su existencia y será capaz de soportar casi cualquier cómo».

Insiste en cómo el hombre no está determinado por su entorno, pues «las experiencias de la vida en un campo demuestran que el hombre mantiene su capacidad de elección»; que la última de las libertades humanas es la elección de la actitud personal que un hombre adopta frente al destino. Esa línea de pensamiento la formula, de modo contundente, cuando al terminar afirma que «la historia nos brindó la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Quién es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero también es el ser que entró en ellas con paso firme y musitando una oración».

Entre las cosas que señala según va contando su historia, el autor apunta que hizo un gran descubrimiento en una ocasión en la que se descubrió pensando en su esposa, en un estado que llama de «embriaguez nostálgica». Dice así: tuve «un pensamiento que me petrificó, pues por primera vez comprendí la sólida verdad dispersa en las canciones de tantos poetas o proclamada en la brillante sabiduría de los pensadores y de los filósofos: el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. Entonces percibí en toda su hondura el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: la salvación del hombre solo es posible en el amor y a través del amor. Intuí cómo un hombre, despojado de todo, puede saborear la felicidad — aunque solo sea un suspiro de felicidad — si contempla el rostro de su ser querido». E indica que así también entendió el sentido y el significado de las palabras bíblicas que dicen que «los ángeles se abandonan en la contemplación eterna de la gloria infinita».

La segunda parte del libro es, como apunté arriba, una explicación sintética de la Logoterapia fundada por el autor, un método menos introspectivo y menos retrospectivo que la psicoterapia, que mira a los valores que el paciente quiere realizar en el futuro, y que se centra en la búsqueda del sentido de la existencia por parte del hombre. Señala que el papel del logoterapeuta se puede comparar al de un oftalmólogo más que al de un pintor: su función es la de ampliar y ensanchar el campo visual del paciente sin necesidad de imponer ningún juicio de valor y conduciéndole a que la verdad se imponga por sí misma.

Su axioma básico es este: «la preocupación primordial del hombre no es gozar del placer, o evitar el dolor, sino buscarle un sentido a la vida. El sentido es posible sin el sufrimiento o a pesar del sufrimiento. Para que el sufrimiento confiera un sentido ha de ser un sufrimiento inevitable, absolutamente necesario». Es decir, que el valor no está en el sufrimiento sino en la actitud frente al sufrimiento.

Para explicar esto, Frankl recurre a los recuerdos de sus experiencias en los campos nazis e indica cómo sus compañeros allí «se preguntaban: “¿Sobreviviremos a este campo? Pues en otro caso, estos sufrimientos no tienen sentido”. Sin embargo, yo me cuestionaba otra pregunta: “¿Estas muertes y el sufrimiento de estas gentes tan cercanas, guardan algún sentido?” Así debía ser, pues en caso contrario, definitivamente el sobrevivir perdía su sentido, porque la vida cuyo sentido último dependa del azar o de la casualidad para mantenerse vivo seguramente no merece la pena ser vivida”».

Además, uno de sus puntos fundamentales es un énfasis en la responsabilidad que se formula del siguiente modo: «obra así, como si vivieras por segunda vez y la primera vez lo hubieras hecho tan desacertadamente como estás a punto de hacerlo ahora». Es decir, afirma: «la libertad no es la última palabra. La libertad es una parte de la historia y la mitad de la verdad. La libertad es la cara negativa de cualquier fenómeno humano, cuya cara positiva es la responsabilidad. De hecho, la libertad se encuentra en peligro de degenerar en mera arbitrariedad salvo si se ejerce en términos de responsabilidad. Por eso yo aconsejo que la estatua de la Libertad en la costa este de los Estados Unidos se complemente con la estatua de la Responsabilidad en la costa oeste».

Esta segunda parte termina con un párrafo final muy parecido a otro de la primera: «Nuestra generación es muy realista pues, después de todo, hemos llegado a conocer al hombre en estado puro: el hombre es ese ser capaz de inventar las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas mismas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shemá Israel en los labios».

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Viktor Frankl. El hombre en busca de sentido (Der Mensch vor dem Frage nach dem sinn, 1945). Barcelona: Herder, 2013, 11ª ed. de la edición de 2004, revisada; 160 pp.; col. Psicología; trad. de Christine Kopplhuber y Gabriel Insausti; edición y prólogo de José Benigno Freire; ISBN: 978–84–254–2331–4.

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Luis Daniel González

Escribo sobre libros, y especialmente sobre libros infantiles y juveniles, en www.bienvenidosalafiesta.com.