‘El Talismán’, de Walter Scott

Luis Daniel González
6 min readApr 14, 2022

Tal vez sea El talismán, junto con Quintín Durward, la novela de Walter Scott que cuenta con su héroe más atractivo y con algunas de sus escenas más intensas.

Entre ellas están las del comienzo, que narran un enfrentamiento, primero bélico y luego dialéctico, entre dos viajeros solitarios que coinciden junto a un oasis en el desierto: un cruzado escocés, sir Kenneth, el Caballero del Leopardo Yacente, y un guerrero árabe que se presenta a sí mismo como Sheerkohf, el León de la Montaña. Después del combate, que ninguno vence, el sarraceno dice altivamente al cruzado que, a pesar de su jactancia, «un hombre solo ha bastado para detenerte», y sir Kenneth lo reconoce: «es cierto, valiente sarraceno — contestó el caballero — ; pero no hay muchos como tú. Los halcones de esta especie no van en bandadas, y si van, no se arrojan nunca, todos a la vez, sobre un solo pájaro». El narrador dirá que «ambos eran corteses: pero la cortesía del cristiano parecía nacer más bien del elevado concepto que tenía de los demás, mientras que la del musulmán procedía del elevado concepto que creía que los demás tenían de él». Al fin, con ayuda de Sheerkohf, sir Kenneth puede llegar junto a Teodorico de Engaddi, un singular ermitaño a quien «su gigantesca talla, la longitud de su barba y de su enmarañada cabellera, y el fuego de sus profundos y salvajes ojos, le daban más bien el carácter de un guerrero que de un penitente».

Terminada la misión que le habían encomendado junto a Teodorico, sir Kenneth vuelve al campamento de los cruzados donde la convivencia entre los reyes cristianos es difícil. Allí, con ayuda de su amigo musulmán, sir Kenneth conseguirá que sea el mismo médico de Saladino quien trate y cure al rey Ricardo. Luego, un incidente con la bandera inglesa irrita mucho a Ricardo Corazón de León: pone de centinela junto a ella a sir Kenneth pero él, engañado por las damas de la corte y deseoso de ver a Lady Edith, prima del rey, deja solo al fiel perro Roswal y abandona por unos momentos su puesto. Cuando regresa, unos agresores desconocidos han ultrajado la bandera y han herido de muerte a Roswal. Aunque la cólera de Ricardo contra el escocés es enorme, la reina intercede para que no cumpla su propósito de condenarlo a muerte y el médico árabe le pide como pago por su curación que se lo entregue como esclavo, cosa que Ricardo hace.

Al final de la novela tendrá lugar otra escena memorable, de las que se fijan en la imaginación del lector joven (si no tiene ya el gusto demasiado acostumbrado a otras semejantes que copian la del escritor escocés). En ella se cuenta un duelo entre Ricardo Corazón de León y Saladino. Este pide a Ricardo verle dar un golpe con su gigantesca espada de hoja ancha, que «llegaba desde los talones hasta el hombro del rey»; y el rey, empuñándola con ambas manos, dio un tremendo golpe con ella que partió el mango de una maza de acero, una barra también de acero de una pulgada y media de diámetro. A esto Saladino tomó un almohadón lleno de plumas, le preguntó al rey si su espada podría partirlo, y cuando el rey dijo que no, desenvainó su cimitarra y, como sin esfuerzo, partió el almohadón; ante un comentario de alguien sobre si en eso había brujería, Saladino tomó un velo que hizo saltar en el aire, «y al recogerlo con el arma, quedó partido en dos trozos».

Sir Kenneth es un héroe scottiano casi perfecto. El narrador, al comienzo, lo describe diciendo que «la naturaleza, que había modelado sus miembros con una fuerza inaudita capaz de tolerar la cota de malla con tanta facilidad como si hubiera sido tejida con telarañas, le proveyó de una salud tan robusta como sus miembros. […] Bajo la apariencia de un reposado e imperturbable semblante se caracterizaba por el altivo y entusiasta amor a la gloria, que era el más importante atributo de la famosa raza normanda y que había hecho de ellos los dominadores de todos los rincones de Europa a los que habían llevado sus aventureras espadas».

La novela tiene abundantes frases para esculpir. «La traición raras veces convive con la valentía», afirma Sheerkohf; «más fácil sería encender una antorcha bajo la lluvia que hacer brotar una chispa de un cobarde de sangre helada», dice el mismo Ricardo Corazón de León; «vale más que un hombre sea servidor de un amo bondadoso que esclavo de sus pasiones furiosas», concluye el médico árabe, que también dice a sir Kenneth que «no es de hombre sabio mirar atrás, cuando el camino está delante».

Como en otras novelas del autor, también en esta juega un papel secundario «un pavoroso enano», llamado Nectabanus, que aquí se presenta junto con su mujer Guenevra, también enana. Hay dos malvados semejantes a los de Ivanhoe: el Maestre de los Templarios, de quien se nos dice una vez que «vestía blancos hábitos de gala y llevaba el ábaco, símbolo místico de su dignidad, cuya forma peculiar ha motivado tantas singulares conjeturas y provocado tantos comentarios, hasta hacer suponer que aquella Orden de caballeros cristianos se habían apropiado los más impuros símbolos del paganismo»; el marqués de Montserrat, a quien se presenta como «un voluptuoso y un epicúreo» egoísta, cuya preocupación por su propia fama «sustituía la falta de aquellos principios más elevados que constituyen la base y el punto de apoyo de una reputación».

La pintura de Ricardo Corazón de León es más realista que la que figura en Ivanhoe. Son notables las advertencias que le lanza el ermitaño: «Tú estás situado en la cumbre más alta, y por ello mismo la más peligrosa de las que ocupe ningún otro príncipe cristiano. Tienes el corazón orgulloso, la vida disoluta y la mano sanguinaria. Aparta de ti los pecados que son como hijos tuyos; (…) arranca de tu pecho esas furias que has prohijado: tu orgullo, tu lujuria, tu sed de sangre». En otro lugar es el mismo rey quien declara sobre sí mismo que «la posteridad podrá acusar a Ricardo de impetuoso y arrebatado; pero también dirá que cuando pronunciaba una sentencia era justo cuando debía serlo y clemente cuando podía»; a lo que su prima Edith le responde así: «No te ensalces a ti mismo, mi regio primo, porque también pueden llamar crueldad a tu justicia y capricho a tu clemencia».

Por último, un párrafo del final de la novela donde una vez más se puede ver la maestría de Scott para las descripciones de ambientes y comidas:

«Poco faltaba para mediodía; y Saladino esperaba a los príncipes cristianos para recibirles en su tienda, que sólo por su magnitud se diferenciaba de la de cualquier otro guerrero kurdo o árabe. En el interior de su vasto y negro toldo, se había dispuesto un banquete al fastuoso estilo oriental, sobre alfombras de los más ricos tejidos, rodeadas de almohadones para los invitados. Pero no nos entretengamos en describir los tejidos de oro y plata, los magníficos bordados en arabesco, las gasas de Cachemira y las muselinas de la India, esparcidos profusamente en la tienda. No hablemos, tampoco, de los diferentes dulces, guisos orillados de arroz coloreado de diferentes maneras, ni de todos los demás refinamientos de la cocina oriental: corderitos enteros asados, caza y pollería servidos a discreción, en grandes fuentes de oro, de plata y porcelana, con grandes vasos de sorbete refrescado con nieve y hielo de las cavernas del monte Líbano. Un montón de magníficos cojines en la parte central del banquete parecía destinado al anfitrión y a todos los dignatarios que éste quisiera distinguir con un lugar de honor; del techo de la tienda, y principalmente sobre el lugar de preferencia, colgaban multitud de banderas y estandartes, trofeos de batallas ganadas por Saladino y de reinos que él había conquistado».

Walter Scott. El talismán (The Talisman, 1825):
— Barcelona: Bruguera, 1971; 445 pp.; col. Millonarios del libro; trad. de Teresa Suero Roca; ISBN: 84–02–00870–4; agotado.
— Madrid: Anaya, 1996; 380 pp.; col. Tus libros; ilust. de Édouard Frère, George Cruikshank y F. W. Tophan; introd. de Juan Tébar; trad., apéndice y notas de Javier Martín Lalanda; ISBN: 84–207–7521–5.

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Luis Daniel González

Escribo sobre libros, y especialmente sobre libros infantiles y juveniles, en www.bienvenidosalafiesta.com.