‘El viejo y el mar’, de Ernest Hemingway
Relato corto de gran intensidad, el más popular de su autor. Su protagonista es Santiago, un pescador cubano en el que «todo era viejo, salvo sus ojos; y éstos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos», y su argumento es, simplemente, la lucha titánica que mantendrá con un enorme pez — «largo, espeso, ancho, plateado y listado de púrpura e interminable en el agua» (expresión donde se ve que la traducción que cito podría estar algo más afinada) — , en la que no se sabe quien pesca a quien.
Por un lado, el relato da mucha idea del atractivo que tiene la prosa del autor. Matilda, la pequeña y sabia lectora de Roald Dahl, manifiesta su preferencia por Hemingway porque «la forma como cuenta las cosas hace que me sienta como si estuviera observando todo lo que pasa». Es una descripción sencilla pero exacta de su estilo sobrio y diáfano, que con frases cortas y coloquiales sugiere más que describe. Lo explica muy bien Juan Villoro, en el excelente prólogo que figura en la edición que cito abajo, cuando habla de la exactitud de Hemingway en las descripciones del mar y de la pesca y cuando indica cómo su voluntad estilística de recrear los hechos en estado puro tiene consecuencias entrelazadas entre sí: que las acciones revelan a los personajes, que de ahí proceden tanto la facilidad con que conecta con muy diversos tipos de lectores como el que «muchas veces sea simplificado», que por eso las conclusiones morales dependen por completo de lo que añada el lector a la historia pues, aunque Hemingway sostuvo alguna vez que «las acciones más comunes tienen un trasfondo religioso, un horizonte que trasciende a los personajes», eso era para él tan inalcanzable que no valía la pena discutirlo.
Por otro lado, y como ya se deduce de lo anterior, el tirón que tiene la historia está en que su argumento resuena en nuestro interior a distintos niveles y no sólo como un ejemplo más de la relación tensa entre la naturaleza y el hombre. Habla también Juan Villoro de la intención de Hemingway de contar una historia mítica como la de Ahab y Moby Dick y cómo, para eso, usa los recursos de la crónica deportiva para narrar y construye una «intrincada red de correspondencias» con el béisbol, que sostiene su historia, con el deseo de lograr la exaltación que siempre produce un comeback, el regreso contra los pronósticos, la gran hazaña del veterano que vuelve para dar una lección inolvidable.
Sin embargo, más al fondo va William Faulkner en una extraordinaria crítica, breve y penetrante, que hizo a este relato y publicó en el otoño de 1952: «Lo mejor que ha hecho. El tiempo ha de mostrar que ésta es la mejor composición de cualquiera de nosotros, quiero decir de sus y de mis contemporáneos. Esta vez él descubrió a Dios, a un Creador. Hasta ahora, sus hombres y mujeres se habían hecho a sí mismos, dado forma a sí mismos a partir de su propio barro; sus victorias y sus derrotas eran a manos de unos a otros, sólo para probarse a sí mismos o los unos o los otros lo duros que podían ser. Pero esta vez él escribió acerca de la piedad: acerca de algo en alguna parte que los hizo a todos ellos: el viejo que tenía que capturar al pez y perderlo, el pez que tenía que ser capturado y después perdido, los tiburones que tenían que robar al viejo su pez; los hizo a todos y los amó a todos y se apiadó de todos. Está bien. Alabado sea Dios por lo que sea que hizo y por amar y compadecerse de Hemingway y de mí evitando que lo retocase».
Se puede añadir que la historia contiene, también, un mensaje incompleto pero bien definido acerca de en qué consiste ser hombre. Los personajes de Hemingway se rigen por un código moral sencillo — el código del deportista, del jugador, del torero, del soldado… — . En sus obras, el autor norteamericano ensalza un duro estoicismo voluntarista que se concreta en aceptar el destino, en presentar el valor como «elegancia bajo presión», y en afirmar la vida cuando está cercana la muerte. Esto roza la insensatez en un relato cortito titulado El toro fiel (1951) — construido a partir de la afición del autor a los toros y a la contra del popular libro infantil Ferdinando el toro (1936)— , donde se identifica fidelidad con arremeter sin pensar pero, eso sí, hasta el final sea cual sea. Puede verse algo más de lógica, pero no mucha más, en El viejo y el mar, cuando Santiago, después de horas de lucha, ve al pez por vez primera y se dirige a él diciéndole: «Me estás matando, pez. Pero tienes derecho. Hermano, jamás en mi vida he visto cosa más grande, ni más hermosa, ni más tranquila, ni más noble que tú. Vamos, ven a matarme. No me importa quien mate a quién». Pero podemos dejarlo estar y quedarnos con lo que la obra tiene de canto al optimismo y a la tenacidad, al coraje que Hemingway consideraba tan inútil como indispensable, pues para él era la única justificación de la existencia del hombre, que así debe probar su resistencia a las fuerzas que quieren destruirle: «El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado», dirá Santiago.
Ernest Hemingway. El viejo y el mar (The Old Man and the Sea, 1952). Madrid: Debate, 2003; 157 pp.; col. Punto de rescate; trad. de Lino Novas Calvo; revisión de José Hamad; prólogo de Juan Villoro; ISBN: 84–8306–530–4. Nueva edición, con material didáctico para escuelas, en Debolsillo, 2021; 208 pp.; trad. de Miguel Temprano; ISBN: 978–8499089980.
La cita de William Faulkner está tomada de Ensayos & discursos. Madrid: Capitan Swing, 2012; 380 pp.; trad. de David Sánchez Usanos; introd. de David Sánchez Usanos y prólogo de James B. Meriwether; ISBN: 978–84–940279–4–9.