‘La desaparición de los rituales’, de Byung-Chul Han

Luis Daniel González
5 min readOct 3, 2020

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Primer libro que leo del autor. En él explica qué son los rituales, su importancia y su necesidad para una vida verdaderamente humana; y muestra las dificultades que muchos tienen hoy para entender su función y lo que pierde la sociedad al descuidarlos. Me ha gustado la manera en la que formula sus pensamientos con frases breves, aunque no tanto su modo a veces circular o repetitivo de avanzar en sus razonamientos, y me ha parecido notable su capacidad para incitar a la reflexión.

Unos textos del libro están en este enlace, y este buen comentario indica varios puntos que subraya: que los rituales son o actúan como diques de contención para el fluir continuo y anodino del tiempo; que ayudan a un saludable olvido del yo — algo a lo que contribuyen en especial esos ritos menores que son las buenas maneras — ; que nos facilitan liberarnos de las ataduras que imponen los procesos productivos que priorizan la utilidad; su relación con la poesía y la lectura en profundidad. Por mi parte, con los párrafos que siguen intento resumir algunas de las ideas del autor empleando casi siempre sus mismas expresiones.

«Los rituales se pueden definir como técnicas simbólicas de instalación en un hogar. Transforman el “estar en el mundo” en un “estar en casa”. Hacen del mundo un lugar fiable. Son en el tiempo lo que una vivienda es en el espacio. Hacen habitable el tiempo. Es más, hacen que se pueda celebrar el tiempo igual que se festeja la instalación en una casa. Ordenan el tiempo, lo acondicionan. (…) Los rituales dan estabilidad a la vida (…) gracias a su mismidad, a su repetición. Hacen que la vida sea duradera. (…) Los rituales crean ejes de resonancia que se establecen socioculturalmente, a lo largo de los cuales se pueden experimentar relaciones de resonancia verticales (con los dioses, con el cosmos, con el tiempo y con la eternidad), horizontales (en la comunidad social) y diagonales (referidas a cosas). Sin resonancia uno se ve repelido y se queda aislado en sí mismo. El creciente narcisismo contrarresta la experiencia de la resonancia. (…) La resonancia no es un eco del yo. Le es inherente la dimensión de lo distinto. Significa armonía».

En general, su importancia está en que «los rituales son inasequibles a la interioridad narcisista. (…) Quien se entrega a los rituales tiene que olvidarse de sí mismo. Los rituales generan una distancia hacia [uno] mismo, hacen que uno se trascienda a sí mismo. (…) [En cambio], (…) cuando se consumen emociones uno no está referido a las cosas, sino a sí mismo». En particular, en nuestra sociedad su valor se hace patente porque «cuando desaparecen los gestos rituales y se pierden los modales vencen las pasiones y las emociones». Esto se aprecia mucho en las redes sociales pues en ellas «se elimina la distancia escénica que es constitutiva de la esfera pública» y se da una «comunicación pasional» que es apresurada y aditiva; en cambio, «los rituales son procesos narrativos en los que los símbolos están detenidos y no permiten ninguna aceleración».

Los rituales desaparecen allí «donde ya no existe ningún orden superior». Lo vemos si pensamos en que «no es casualidad que la palabra “religión” proceda de relegere, fijar la atención» y que «toda praxis religiosa es un ejercicio de atención», y en que la religión también puede comprenderse como religare, como vínculo, por su fuerza para congregar y mancomunar. También lo vemos si observamos que «el sabbat indica que el reposo contemplativo, la quietud y el silencio son esenciales para la religión» y que «la religión cristiana es, en marcada medida, narrativa»: sus días festivos «son clímax narrativos dentro de una narrativa global que genera sentido y da orientación. (…) El propio tiempo se hace narrativo, es decir, significativo».

Esto se nota en esos rituales que son los «ritos de paso» propios de cada cultura, que «estructuran la vida como si fueran sus estaciones. Quien traspasa un umbral ha concluido una fase vital y entra en otra nueva. Los umbrales en cuanto transiciones ritman, articulan e incluso narran el espacio y el tiempo. Posibilitan una profunda experiencia del orden». En concreto, son especialmente importantes los rituales a la hora de la muerte: «La ceremonia funeraria se aplica como un barniz sobre la piel, protegiéndola y aislándola así de las atroces quemaduras del duelo que causa la muerte de un ser amado». En cambio, cuando «se priva a la vida de toda posibilidad de ser finalizada, entonces acaba a destiempo. Incluso la percepción es hoy incapaz de clausurar nada, pues se apresura de una sensación a la siguiente. Solo un demorarse contemplativo es capaz de clausurar».

El autor recuerda que la fuerza de los rituales está en que «las formas externas conducen a alteraciones internas. Así es como los gestos rituales de cortesía tienen repercusiones mentales. La bella apariencia engendra un alma bella, y no al revés: los gestos de cortesía ejercen gran poder sobre nuestros pensamientos», y, tanto para el mal humor como para los dolores estomacales, es un remedio simular «amabilidad, benevolencia y alegría: los movimientos necesarios para ello — reverencias y sonrisas — tienen de bueno que hacen imposibles los movimientos opuestos de cólera, desconfianza y tristeza. Por eso gustan tanto los eventos sociales: dan ocasión de simular felicidad. Y esta comedia nos salva sin duda de la tragedia, lo cual no es poco».

Mientras que una «sociedad ritual es una sociedad de reglas» que se obedecen, una sociedad como la nuestra, que pretende arreglárselas sin formas, acaba siendo una sociedad moralizante; incluso «se podría decir que cuanto más moralizante es una sociedad, más descortés se vuelve». El filósofo coreano propone «defender una ética de las bellas formas»: explica que «al ritual le es inherente una enorme fuerza formal» que, como nos enseña la historia, refrenó en el pasado la violencia de la guerra «imponiéndole un ropaje formal hecho de estrictas reglas de juego» entre las que se incluían intercambios de cortesías con el enemigo, lo que, para empezar, «presupone un reconocimiento expreso del otro como adversario que tiene los mismos derechos». Es decir, que los rituales nos protegen y, como explica tan bien Saint-Exupéry en El principito, nos humanizan.

Byung-Chul Han. La desaparición de los rituales: Una topología del presente (Vom Verschwinden der Rituale. Eine Topologie der Gegenwart, 2019). Barcelona: Herder, 2020; 128 pp.; trad. de Alberto Ciria; ISBN: 9788425444005.

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