‘La estepa’ (1888) y ‘Cinco novelas cortas’ (1889 a 1895), de Antón Chéjov

Luis Daniel González
6 min readSep 18, 2021

Hace unos días actualicé la entrada de mi página sobre Chéjov, centrada en sus relatos sobre niños. En especial actualicé informaciones bibliográficas y enlaces a textos suyos o sobre él que había citado en otros lugares. Pongo ahora esta entrada para recordar la maestría del autor ruso en sus novelas cortas y, en especial, para recoger algunos comentarios de Janet Malcolm acerca de La estepa (y que no había puesto en ningún otro lugar).

En un prólogo a una antología de cuentos de Chéjov dice Richard Ford que, «como lectores de literatura imaginativa, siempre vamos en busca de pistas, de señales: ¿Dónde en la vida buscar con mayor diligencia? ¿Qué no podemos dejar pasar inadvertido? ¿Cuál es el origen de tal clase de calamidad humana, de tal clase de júbilo y placer? ¿Cómo podemos vivir más cerca de esta y más lejos de aquella? Y para buscadores como nosotros, Chéjov es un guía, quizá el guía». Y es que, apunta el escritor norteamericano, Chéjov siempre presenta personajes y conflictos verdaderos e intenta señalar siempre lo más importante de la vida, un objetivo que alcanza con muchos de sus cuentos y de sus novelas cortas como las que comentaré ahora.

La estepa, la primera novela que apareció en una revista literaria (no en un periódico) y que le dio un lugar entre los grandes escritores rusos, cuenta el viaje del pequeño Yegorushka, de nueve años, a través de la estepa ucraniana, para incorporarse al Instituto de la ciudad; al principio va con su tío Kuzmichov y con el padre Jristofor; luego le dejan en compañía de unos carreteros mientras se ocupan de varios negocios; y, cuando llegan a la ciudad, Kuzmichov y Jristofor se hacen cargo de nuevo de Yegorushka, y le llevan a casa de una mujer con la que vivirá en adelante.

En una edición titulada Cinco novelas cortas, historias todas ellas centradas en descubrimientos personales y giros vitales, la primera se titula Una historia aburrida, y trata sobre un prestigioso catedrático de medicina que aguarda su muerte y no se siente comprendido por nadie, y que se da cuenta de que tampoco él comprende a quienes viven a su lado. En El duelo, Laievski, un funcionario quejoso en el Cáucaso, cansado de la mujer con la que vive y pensando sólo en escapar de la vida que lleva, cambia por completo después de ser desafiado a un duelo por un zoólogo darwinista llamado von Koren. En La sala número seis un médico de un psiquiátrico acaba siendo ingresado él mismo. En Relato de un desconocido, un revolucionario tuberculoso se hace sirviente de una casa noble con vistas a obtener información importante, pero acaba enamorándose de la mujer a la que su señor desprecia. En Tres años, después de una boda y una vida matrimonial triste, ambos cónyuges van reconduciendo sus vidas de un modo más esperanzador.

Una de las mejores cosas de Chéjov es cómo sabe captar el sufrimiento interior de sus personajes y cómo sabe luego mostrarlo, en todo su patetismo pero sin exageraciones, para llevarnos a comprender mejor incluso aquellas conductas que no aprobamos o que nos parece que nosotros nunca tendríamos. Puede hacerlo, sobre todo, gracias a su talento para, en boca de unos u otros, desvelar debilidades humanas. Por ejemplo, en El duelo, el zoólogo Von Koren, un hombre duro que también acaba reconociendo la injusticia con la que a veces razona, arremete contra un débil diácono: «su juicio está tan pervertido por esa filosofía de seminario que ve niebla por todas partes»; o critica ferozmente a Laievski delante del médico Samóilenko: «Esos lujuriosos deben de tener en la cabeza una excrecencia peculiar, una especie de sarcoma que les oprime el cerebro y condiciona toda su psicología».

En relación a La estepa, subtitulado Historia de un viaje, recomiendo leer el análisis que hace Janet Malcom en uno de los capítulos de su libro Leyendo a Chéjov. Allí habla de cómo el autor presenta un contraste entre el mercader y el sacerdote, dos formas de vivir; de cómo la conciencia del muchacho es la lente mediante la cual son vistos la mayoría de los sucesos y de que, aunque puede parecer «que Chéjov ha excedido los límites de la verosimilitud al conceder a un niño de nueve años semejante astucia y complejidad de pensamiento» no es así: el autor diferencia bien entre pensamiento expresado y no expresado; de cómo aparecen personajes que serán típicos en otros relatos de Chéjov, como un joven violento que a Chéjov le inspiraba «el odio puro de un niño»; de cómo la historia tiene profundos ecos bíblicos que, por ejemplo, se aprecian al describir una feroz tormenta…

Como Chéjov no estaba muy seguro de La estepa, en una de sus cartas dijo que hay en ella «muchos pasajes que ni los críticos ni los lectores entenderán; les parecerán insignificante a unos y otros, indignos de atención, pero preveo con placer que dos o tres epicúreos literarios los comprenderán y valorarán, y eso es suficiente para mí». Por eso, continúa Malcolm, la crítica convencional de La estepa tomó esa autocrítica «al pie de la letra (lo que casi siempre es un error) y perdió el dibujo de la alfombra» que descubrió la lectura de un experto como Michael Finke, que vio lo que ningún crítico anterior había visto — «motivos y alusiones escondidos en “pasajes” en apariencia insignificantes» — , y fue capaz de apreciar cómo «detalles que parecen azarosos e incoherentes encajan como elementos de un intrincado dibujo, tan inteligentemente escondido que apenas sorprende que nadie haya reparado en él en cien años. (…) Para que un relato parezca original — escribe Finke — , su orden debe estar disfrazado de algún modo, ser conocido sólo en retrospectiva, y las leyes de necesidad que gobiernan la función del detalle deben estar enmascaradas». Por eso, afirman Finke y Malcolm, La estepa es «una especie de diccionario de la poética de Chéjov», una suerte de muestrario de las armas literarias ocultas que Chéjov desplegaría en sus obras posteriores.

Una escena que da idea de la maestría de Chéjov para meternos en la piel de sus personajes y para dar fluidez a su narración se presenta cuando el pequeño Yegorushka asiste a una comida en la que recaba información sobre sus compañeros de viaje:

«Durante la comida se entabló una conversación en la que todos participaron. De ella dedujo Yegorushka que sus nuevos conocidos, a pesar de las diferencias de edad y de carácter, tenían algo en común que los asemejaba: todos eran personas con un pasado venturoso y un presente desdichado; todos hablaban de su pasado con entusiasmo, pero contemplaban su presente casi con desprecio. A los rusos les gusta recordar, pero no les gusta vivir. Yegorushka desconocía esa circunstancia; antes de terminar la sopa, estaba firmemente convencido de que los carreteros reunidos en torno al caldero eran hombres humillados y ofendidos por el destino. Panteléi contó que en los tiempos antiguos, cuando aún no existía el ferrocarril, conducía convoyes a Moscú y a Nizhni Nóvgorod y ganaba tanto dinero que no sabía qué hacer con él. ¡Y qué comerciantes había en esos tiempos, qué pescado, qué barato era todo! Ahora las distancias eran más cortas, los comerciantes más avaros, los hombres más pobres, el pan más caro; todo se había vuelto mezquino y se había envilecido en extremo. Yemelián contó que en el pasado había trabajado como chantre en la fábrica de Lugansk, que poseía una voz extraordinaria y leía las notas de manera admirable; ahora, en cambio, se había convertido en un campesino y se alimentaba de la caridad de su hermano, que le enviaba con sus propios carros y se quedaba con la mitad de su sueldo. Vasia había trabajado en otro tiempo en una fábrica de cerillas; Kiriuja había sido cochero en una casa importante y estaba considerado en la región el mejor conductor de troikas. Dímov, hijo de un campesino acomodado, vivía como quería, se divertía, no conocía penas, pero en cuanto cumplió veinte años, su padre, un hombre severo e inflexible, quiso que se acostumbrara a trabajar y, temiendo que en la casa adquiriera malos hábitos, lo empleó como carretero, igual que a un simple jornalero. Sólo Stiopka callaba, pero también en su rostro barbilampiño se leía que había vivido en el pasado mucho mejor que ahora».

Antón Chéjov. La estepa (Step’. Istoriya odnoy poyezdki, 1888). Barcelona: Alba, 2001; 150 pp.; col. Alba Clásica; trad. de Víctor Gallego Ballestero; ISBN: 84–8428–119–1. Libro que contiene también En el Barranco (V orague, 1900), 75 pp.

Antón Chéjov. Cinco novelas cortas. Son: Una historia aburrida (Skuchnaia istoria, 1889), El Duelo (Duel,1891), La sala número seis (Palata nomer 6, 1892), Relato de un desconocido (Rasskaz neizvestnogo cheloveka, 1893) y Tres años (Tri goda, 1895). Barcelona: Alba, 2008; 440 pp.; col. Alba Maior; introducción y trad. de Víctor Gallego; ISBN: 978–84–8428–388–1. Nueva edición en 2015; col. Alba Minus; ISBN: 978–8490650844.

El libro citado de Janet Malcolm es Leyendo a Chéjov: un viaje crítico (Reading Chekhov. A Critical Journey, 2001). Barcelona: Alba, 2004; 187 pp.; col. Trayectos; trad. de Victor Gallego Ballestero; ISBN: 84–8428–218-X.

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Luis Daniel González

Escribo sobre libros, y especialmente sobre libros infantiles y juveniles, en www.bienvenidosalafiesta.com.