Lecciones de antiguas distopías
De las tres principales distopías sobre mundos dictatoriales tal vez Nosotros, de Yevgueni Zamiatin, fue la primera. Escrita en Rusia en 1921, se publicó en Inglaterra en 1923, y a Rusia no llegó hasta 1988. George Orwell se inspiró en ella para escribir 1984 y todo parece indicar que también lo había hecho, unos años antes, Aldous Huxley para Un mundo feliz, por más que dijera que no la conocía. Por su tono más aséptico y su estructura más esquemática Nosotros ahora se lee mejor que sus continuadoras. Aunque ninguna de las tres, con ser las utopías futuristas más influyentes y citadas, conserva la frescura y tiene la calidad de Farenheit 451, de Ray Bradbury, tienen el mérito de haber planteado algunas cosas con gran agudeza y de haber acuñado expresiones que han pasado al lenguaje común.
En Nosotros los hechos se narran mediante textos del Periódico del Estado y las anotaciones de un ingeniero, llamado D-503, constructor de la nave Integral. Al principio es una persona completamente adaptada en su mundo, gobernado por el Bienhechor, aunque advierte: «voy a ser totalmente sincero: todavía no hemos resuelto definitivamente el problema de la felicidad». Su mundo se altera cuando conoce a I-330, una mujer diferente a las que había conocido antes, y cuando resulta que descubre a otras personas a las que les ocurre lo mismo que a él. Pero, tal como dice a sus lectores el Periódico del Estado, aunque «los Guardianes descubren cada vez con mayor frecuencia estas sonrisas y suspiros», «no sois culpables, porque estáis enfermos. Y el nombre de vuestra enfermedad es: la fantasía», algo que se arreglará con una irradiación en el cráneo. El título se refiere, como se puede suponer, a un mundo donde no existe respeto alguno a la individualidad y donde todos los hombres son y se les llama «números». El narrador se asombra de «la época en que la gente vivía todavía en libertad, es decir en un estado salvaje no organizado», y señala lo ridículo que era que el Estado del pasado «no controlase la vida sexual» de sus súbditos. Son muchas las referencias bíblicas y religiosas empleadas por el autor: por ejemplo, en el mundo de la novela se celebra «el día de la Unanimidad, algo parecido a la Pascua de los antiguos».
En Un mundo feliz todo el planeta está bajo un gobierno pacífico que ha eliminado la guerra, la pobreza, el crimen y la infelicidad; los protagonistas, Bernard Marx y Lenina Crowe, pasan unos días de vacaciones en una Reserva y allí conocen a John el Salvaje. En el prólogo que puso a una reedición de su novela quince años después, Aldous Huxley indicaba las carencias que veía ya en su obra pero señalaba que seguía vigente su punto central: en el futuro el problema de la felicidad, en el que trabajarán científicos y políticos, será «el problema de lograr que la gente ame su servidumbre» y, para eso, a medida que la libertad política y económica disminuya la libertad sexual aumentará. Eso sí, el autor se confundía al decir que «todavía estamos muy lejos de los bebés embotellados» y de los grupos de «adultos con inteligencia infantil».
En 1984 hay un único estado totalitario en el que todo discurre bajo el ojo siempre vigilante del Gran Hermano; Winston Smith, funcionario del Ministerio de la Verdad, cuya misión es reescribir la Historia e inventar los héroes, se rebela y es sometido. Una observación de interés acerca de Orwell la hace C. S. Lewis en uno de sus ensayos: explicando cómo «en las obras de ficción es fatal ese principio de que cualquier palo es bueno para golpear a un villano», indica que algo así le ocurre al autor inglés en sus libros largos, en particular en 1984. Por el contrario, en un libro cortito como Rebelión en la granja el autor inglés «usa su emoción sin que le inhabilite» y «la intensidad de su odio no le hace balbucear ni le embota», con lo que consigue una enorme claridad e intensidad a la hora de rechazar toda limitación injustamente impuesta por el Estado. Y podríamos añadir también que, debido a esa contención, el pesimismo de Orwell, lo que tiene su relato de lamento de la debilidad del individuo frente a los grupos organizados, queda confinado en sus justos límites y no se impone por completo al lector.
Vistas las denuncias de Un mundo feliz y 1984 en paralelo, Juan José García-Noblejas comentaba en Medios de conspiración social, en 1997, cuando el imperio soviético se había desmoronado, que el peligro que parecía más real no era el fascismo que temía Orwell sino el olvido y la irrelevancia que preveía Huxley: «Orwell temía a quienes podían prohibir los libros, privarnos de información y alejarnos de la verdad, secuestrando nuestra cultura. Huxley, sin embargo, temía que no hubiera razón para prohibir los libros, porque nadie quisiera ya leerlos; temía que tuviéramos tanta aparente libertad, que nos convirtiéramos en seres pasivos y egoístas; temía que la verdad se ahogara en un mar de asuntos irrelevantes, temía que nos convirtiéramos en una cultura trivial». En Ceguera moral, un libro de 2013 subtitulado «La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida», los sociólogos Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis se fijan en que las redes sociales son una fruta madura caída del cielo para cualquier dictador y sus servicios secretos pues la vigilancia a través de las redes es muy eficaz gracias a la cooperación de las víctimas: el Gran Hermano que todo lo controla y la presión del Ministerio de la Verdad son, de nuevo, amenazas reales.
Dice Bauman: «Podría decirse que la visión de Orwell estuvo inspirada menos por la experiencia histórica occidental que por la del Este. Esa visión constituía una anticipación de la forma de Occidente después de ser inundado, conquistado, sojuzgado y esclavizado por el despotismo típico del Este; su imagen central era la bota de un soldado aplastando un rostro humano contra el suelo. La visión de Huxley, por el contrario, era una respuesta preventiva a la inminente llegada de la sociedad consumista, creación eminentemente occidental. Su tema principal era también la servidumbre de los seres humanos despojados de derechos, pero en este caso se trataba de una “servidumbre voluntaria” (término acuñado tres siglos antes por Étienne de la Boétie, si creemos a Michel de Montaigne) que recurre más a la zanahoria que al palo y que despliega la tentación y la seducción como forma fundamental de proceder, en lugar de la violencia, el dominio manifiesto y la coerción brutal. Hay que recordar, no obstante, que ambas utopías fueron precedidas por Nosotros, de Yevgueni Zamiatin, en la que ya se había contemplado una mezcla y despliegue simultáneo y complementario de ambas “metodologías de esclavitud”, más tarde elaboradas de forma independiente tanto por Orwell como por Huxley».
Apostilla luego Donskis que «fue Nosotros, de Zamiatin, quien habló de la muerte de lo clásico y de la muerte del pasado. En el sistema educativo del Estado único, los estudios clásicos ya no existen, y las humanidades en general desaparecen. (…) En la distopía de Zamiatin, el pasado se asocia a los bárbaros, cuyos libros primitivos, que amenazan el progreso y la racionalidad, no pueden ser estudiados, mientras que la peor enfermedad en el Estado único es lo que los antiguos griegos denominan alma». Por eso, al preguntarse cuál es la dirección en la que va nuestra sociedad, al lamentar el aislamiento individual y la fragmentación creciente de la sociedad, Donskis teme que «pronto Dante o Shakespeare no significarán nada para nosotros porque ya no experimentaremos los sentimientos y los dramas humanos que dieron origen a sus obras inmortales».
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Yevgueni Zamiatin. Nosotros (Мы, 1921). Barcelona: Tusquets, 1991; 202 pp.; col. Andanzas; trad. de Margarita Estapé; ISBN: 84–7223–396–0. Nueva edición en Madrid: Cátedra, 2011; 320 pp.; col. Letras populares; trad. de Alfredo Hermosillo y Valeria Artemyeva; ISBN: 978–8437628936.
Aldus Huxley. Un mundo feliz (Brave New World, 1931). Buenos Aires: Orbis, Hyspamerica, 1969; 191 pp.; introducción del autor de quince años después; trad. de Ramón Hernández; ISBN: 950–614–471–0. Nueva edición en Barcelona: Debolsillo, 2014; 256 pp.; col. Contemporánea; trad. de Ramón Hernández y Miguel de Hernani; ISBN: 978–8497594257.
George Orwell. 1984 (1948). Barcelona: Destino, 2002, 28ª ed.; 333 pp.; col. Destinolibro; trad. de Rafael Vázquez Zamora; ISBN: 84–233–0983–5. Nueva edición en Barcelona: Debolsillo, 2013; 352 pp.; col. Contemporánea; trad. de Miguel Temprano; ISBN: 978–8499890944.
Juan José García-Noblejas. Medios de conspiración social (1997). Pamplona: Eunsa, 1998, 2ª ed.; 144 pp.; col. Comunicación; ISBN: 84–313–1553–9.
Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis. Ceguera moral (Moral Blindness, 2013). Barcelona: Paidos, 2015; 271 pp.; trad. de Antonio Francisco Rodríguez Esteban; ISBN: 978–84–493–3103–9.