‘Los Buddenbrook’, de Thomas Mann

Luis Daniel González
4 min readApr 10, 2021

Primera novela larga del autor. La publicó con poco más de 25 años y obtuvo un gran éxito con ella: se consideró muy notable que alguien tan joven pudiera escribir una novela que retrata con tanta riqueza de matices modos de ser y actuar de personas de muy distintas edades.

En ella se presentan cuatro generaciones de una familia de comerciantes de la ciudad de Lübeck. La historia comienza en 1835, cuando al frente de los negocios y de la familia está el patriarca, Johann II, con una espléndida cena a la que asisten muchos familiares y amigos. Asiste a ella también su hijo Johann III, que será el heredero a partir de 1842, y que tiene ya tres hijos en edad escolar, dos chicos, Thomas y Christian, y una chica, Tony. La tercera generación, en la que comenzará la decadencia de la firma, estará encabezada por Thomas a partir de 1855, cuya rivalidad con Christian irá en aumento, y que deberá también resolver como pueda los líos a causa de dos matrimonios fallidos de su hermana. A Thomas, que fallecerá en 1875, le sucederá su hijo Johann IV, o Hanno, un chico con pocas dotes para los negocios.

La novela sigue un orden cronológico y es fácil de seguir. Son magníficas las descripciones de ambientes y de los procesos psicológicos de los protagonistas, tal vez el punto que más interesa al autor. Nada de lo que ocurre tiene un enorme dramatismo pero tienen importancia todos los personajes que aparecen, los sucesos que se cuentan y las decisiones que se toman. Como el objetivo es presentar el auge y la decadencia de una familia, el regusto final es pesimista pero, en cualquier caso, el tono es siempre vivo y animado, y la brillantez de la prosa de Mann encaja de lleno con su propósito de mostrar el encanto y la esplendidez de la vida cotidiana de la burguesía más pudiente de la época.

El autor desea también reflejar distintas cosas que, sobre todo, suceden durante la tercera generación de Buddenbrooks. Así, veremos crecer la incomprensión de Thomas hacia la conducta irresponsable de su hermano Christian, hasta el punto de llegar a sentir por él «un desdén tal que ni siquiera le toleraba amar aquello que él amaba». O veremos el distanciamiento creciente que se da entre Thomas y su mujer, que le reprochará su incapacidad de comprender el arte: «jamás entenderás nada de la música como arte, (…) tus gustos musicales no se corresponden en absoluto con el resto de tus aspiraciones e ideas. ¿Qué es lo que te gusta de la música? Un espíritu de optimismo simplón que, de encontrarlo en un libro, despreciarías irritado o, por lo menos, te daría cierta risa».

En especial a través de Tony, a quien se nos presenta como una chica con encanto pero no muy lista, se nos mostrará el clasismo de la burguesía que representan los Buddenbrook: pronto se anuncia que «la palabra “distinguido” se había alojado con una tenacidad sorprendente en la cabecita de Tony”». Será ella quien empuje a su hermano a que, por una vez, decida no seguir el lema del fundador de la casa: «Hijo mío, atiende con ánimo a los negocios durante el día, pero no hagas más que aquellos que no puedan quitarte el sueño por la noche» (una escena óptima para ser comentada en cualquier escuela de negocios, como hace Eduardo Camino en Historias que no olvidarás).

La novela muestra también los patéticos y fallidos esfuerzos de Thomas por educar a su hijo Hanno para que se haga cargo de la empresa en el futuro: una y otra vez sus acciones le exasperan y le reprende con poco acierto. A cambio, ya desde pequeño, Hanno no se siente capaz de alcanzar el «dificilísimo y extenuador virtuosismo en el ademán y la reverencia» que se le pide. Al mismo tiempo va en aumento la inquietud vital creciente de Thomas a la vista de los reveses profesionales y familiares que se le vienen encima: «Es como si empezara a escapárseme algo, como si mi mano no sujetara los imponderables con la firmeza de otros tiempos… ¿Qué es el éxito? Una fuerza, una prudencia y una aptitud enigmática, indefinible…; la conciencia de imprimir un impulso al movimiento de la vida con la propia personalidad…; la fe en la docilidad de la vida a nuestros mandatos…».

Otro punto más es el de la preocupación de Thomas cuando, al entender que la muerte se acerca, constata «una tremenda falta de preparación, una falta de madurez de su espíritu para morir». El narrador nos dirá que, «durante toda su vida, más bien se había enfrentado a las preguntas primeras y últimas sobre la existencia con el escepticismo cosmopolita de su abuelo; no obstante, demasiado profundo, demasiado inteligente y demasiado necesitado de lo metafísico como para darse por satisfecho con la apacible superficialidad del anciano Johann Buddenbrook, había buscado la respuesta a temas como la vida eterna y la inmortalidad en la historia y se había dicho siempre que él había vivido ya en sus antepasados y que seguiría viviendo en sus descendientes (…). Aunque en algunos momentos de su vida Thomas Buddenbrook había coqueteado con cierta inclinación por el catolicismo, en lo más hondo de su ser estaba muy firmemente arraigado el sentido de la responsabilidad — serio, riguroso hasta lo mortificante, implacable — de los más verdaderos y fervientes protestantes».

Thomas Mann. Los Buddenbrook. Decadencia de una familia (Buddenbrooks. Verfall einer Familie, 1901). Barcelona: Edhasa, 2008; 896 pp.; trad. de Isabel García Adánez; ISBN: 978–8435017923.

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Luis Daniel González

Escribo sobre libros, y especialmente sobre libros infantiles y juveniles, en www.bienvenidosalafiesta.com.