San Francisco de Asís

Luis Daniel González
8 min readOct 4, 2019

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Un cuatro de octubre es buen día para recordar tres biografías o ensayos biográficos sobre san Francisco de Asís: Hermano Francisco, de Julien Green, San Francisco de Asís, de G. K. Chesterton, y El Bajísimo, de Christian Bobin.

Hermano Francisco es un relato lleno de viveza, como corresponde al gran escritor que es Green, y es un buen trabajo con el objetivo de «intentar descubrir la verdad bajo las variantes que los cronistas me han hecho soportar», tal como afirma él mismo en el epígrafe final: «las generaciones de historiadores se suceden y se contradicen. Refutar a los predecesores parece ser un placer del que no se cansan. Se llegan a negar en bloque hechos recibidos como auténticos desde hace siglos. Nuevos errores se añaden entonces a los vulnerables errores de ayer, pero este juego no carece de provecho, porque se da el caso de que algunas verdades quedan clarificadas».

San Francisco de Asís, el primer libro que Chesterton publicó después de su conversión al catolicismo, sobre todo se fija en la transición interior del personaje: de ser un soldado a ser un reformador y un trovador de Dios. Contiene, por supuesto, comentarios que perfilan a san Francisco al modo en que un dibujante genial es capaz de retratar a su modelo en dos trazos: «Nunca existió un hombre a quien asustasen menos sus propias promesas»; «todos sus actos fueron siempre inesperados y nunca inapropiados»; en su trato con los demás «parecía, a un tiempo, no estar en guardia y apuntar al corazón»; fue como el fundador de un nuevo folclore, de «una especie de infantilismo inspirado que sólo puede compararse con los cuentos de hadas».

Al margen de sus apreciaciones sobre su biografiado, es una obra que permite a Chesterton decir lo que piensa sobre algunas ideas actuales.

Entre otras, dice que resulta difícil hoy para muchos comprender las alabanzas que San Francisco prodigó a la naturaleza pues las identifican con una especie de optimismo panteísta. San Francisco amaba a todas las criaturas individuales, con la misma visión de la realidad de los niños: «Un niño comprende sin dificultad que Dios hizo al perro y al gato; y, no obstante, se da cuenta exacta de que la creación de los perros y los gatos, sacándolos de la nada, constituye un proceso misterioso que su imaginación no puede alcanzar. Pero ningún niño os entendería si mezclarais al perro y al gato con todas las demás cosas existentes, para formar con ellas un monstruo de mil patas llamado naturaleza».

También señala que muchos no saben observar hoy la historia y la realidad pues no saben distinguir las cosas probables de las improbables: «No es tanto una cuestión de crítica cósmica acerca de la naturaleza del acontecimiento, como de crítica literaria acerca de la naturaleza de la historia». Y, aplicando este principio a las Cruzadas dice: «El gran duque Godofredo y los primitivos cristianos que conquistaron Jerusalén fueron héroes, si algún héroe existió en el mundo; pero fueron los héroes de una tragedia». Y luego, hablando de los intentos de San Francisco de convertir a los musulmanes, añade: «La mentalidad moderna es difícil de satisfacer; y, generalmente, acusa de feroz al procedimiento de Godofredo, y de fanático al de san Francisco. O sea que proclama impracticable todo método moral cuando acaba de proclamar inmoral todo método practicable».

Con todo, lo que al final se queda grabado en el lector, ahora como en el momento en que Chesterton escribió su libro, es la sorpresa que causa un comportamiento como el de san Francisco, alguien que «nunca vio las cosas según nuestra escala corriente sino con una vertiginosa desproporción que hace rodar la cabeza». En particular impacta su «amable burla de la idea de posesión», como con «la esperanza de desarmar, con generosidad, al enemigo», como con «la alegría de llevar una entusiasta convicción hasta su extremo lógico» y con «el sentido humorístico de sorprender al mundo con lo inesperado»; y también con «esa curiosa y aplastante rudeza que los no mundanos pueden manejar a veces como una maza de piedra», esa que por ejemplo golpea cuando dice que «si poseyéramos bienes, nos serían indispensables armas y leyes para defenderlos».

El Bajísimo es una singular aproximación a la figura de san Francisco. Aunque la narración avanza cronológicamente, comentando hechos de su vida, lo cierto es que el libro va de intuición en intuición o de fogonazo en fogonazo. Igual que, dice Bobin, «la voz de Dios está en la Biblia bajo toneladas de tinta, como la energía concentrada bajo toneladas de cemento en una central atómica», también lo está en vidas como la de san Francisco: esto es lo que, a su modo, le interesa subrayar al autor.

Para eso se apoya en algunas escenas bíblicas que comenta de modo inesperado. Así, en el Libro de Tobías se habla de que Tobías se fue con el ángel y el perro le siguió, y continúa Bobin: «no hay muchos perros en la Biblia. Hay ballenas, ovejas, pájaros y serpientes, pero muy pocos perros. Ni siquiera conocemos a ese, que se arrastra por los caminos siguiendo a sus dos dueños: el niño y el ángel, la risa y el silencio, el juego y la gracia. Perro Francisco de Asís».

Se apoya también en comparaciones entre el siglo XIII y el siglo XX, como para facilitar al lector que comprenda la diferencia de mentalidades, y para dibujar un cuadro con luces y sombras muy contrastadas. Apunta que, en el siglo XIII, había mercaderes, sacerdotes, soldados y una cuarta clase formada por los pobres, y, en cambio, hoy sólo hay dos clases, la de los mercaderes y la de los pobres. Señala cómo el siglo XIII era un siglo de constructores de iglesias y de palabras, como santo Tomás, un siglo con «el corazón lleno de esperanza, es lo que da a los rostros de las iglesias románicas esos ojos tan grandes, esos ojos tan redondos»; y, en contraste, cómo el siglo XX «tiene que aullar, gritar con luces violentas, con colores ensordecedores, con imágenes desesperantes a fuerza de ser alegres, imágenes sucias a fuerza de ser limpias, tan vaciadas de toda sombra como de toda pesadumbre. Imágenes inconsolablemente alegres».

Bobin pone frente a frente los modos que tienen las madres y los padres de acercarse a las cosas de la vida. Dice, por ejemplo, que «las madres tienen a Dios a su cargo», que «incluso las malas madres se hallan en esa proximidad de lo absoluto, en esa familiaridad con Dios que los padres no conocerán nunca, extraviados como están en el deseo de cumplir bien su papel, de ocupar bien su puesto. Las madres no tienen puesto, no tienen papel. Nacen al mismo tiempo que sus hijos». O apunta que «el hombre es quien se halla en su lugar de hombre, quien se halla allí con pesadez, con seriedad, caldeado por su miedo. La mujer es la que no está en lugar alguno, ni siquiera en el suyo, desapareciendo siempre en el amor que reclama, que reclama, que reclama».

Hace distinciones entre los que comprenden y los que no comprenden. Entre los últimos están los profesores que enseñan «a los demás las palabras que ellos mismos han encontrado en los libros»; o los cronistas que, acerca de Francisco, dicen cosas como que «Dios le habla y le detiene en el camino», y así «convierten a los hombres en marionetas y a Dios en un ventrílocuo». En cambio, entre los pobres, entre los leprosos y los miserables, sí que hay quienes «saben lo bastante del mundo para comprender de dónde proceden» los gestos de Francisco, para comprender que no proceden de él «sino de Dios: sólo el Bajísimo puede inclinarse tan profundamente con tal sencilla gracia».

Porque, para Francisco, dice Bobin que Dios no es «el Altísimo con su voz de rayo», sino «el Bajísimo que susurra al oído del durmiente, que habla como sólo él puede hablar: en voz muy baja. Un jirón de sueño. El piar de un gorrión». Algo que basta para que alguien como Francisco, «como un perro que ventea la presa», adivine «por instinto que la verdad está mucho más en lo bajo que en lo alto, mucho más en la carencia que en la plenitud». Y así, al apostar decididamente por «la abundancia que ningún dinero puede dar», se acaba convirtiendo en un «maravilloso conductor de júbilo — como se dice de un metal que es buen conductor cuando deja pasar el calor sin pérdida o casi — ».

Los anteriores perfiles se pueden completar con unos comentarios que hace Christopher Dawson a propósito de que se dio un momento decisivo en la historia europea en el siglo XII gracias, entre otros, a san Francisco de Asís. Explica el historiador inglés que se produjo entonces una renovación espiritual, que acompañó un renacimiento social e intelectual, debido a que se alcanzó un realismo religioso diferente de la un tanto abstracta piedad teológica de tipo patrístico y bizantino. Lo dice así:

«El ideal de Francisco de Asís es revivir en la experiencia cotidiana la vida de Cristo. Ya no debe haber una separación entre fe y vida, entre lo espiritual y lo material, puesto que ambos mundos han de fusionarse en la realidad viviente de la experiencia práctica (…). Los poderes de la naturaleza, que en un principio habían sido divinizados y hechos objetos de culto, y después rechazados cuando el hombre comprendió la trascendencia de lo espiritual, ahora son traídos al mundo de la religión. (…) Así, la actitud franciscana hacia la naturaleza y la vida humana señala un punto esencial en la historia religiosa de Occidente. Marca el fin de un largo periodo durante el cual la naturaleza humana y el mundo físico habían sido empequeñecidos e inmovilizados por la sombra de la eternidad, y al mismo tiempo señala el comienzo de una nueva era de humanismo e interés por la naturaleza. Su importancia, como ha notado K. Burdach, no se limita al campo religioso, sino que pesa significativamente en todo el desarrollo de la cultura europea. Su influencia se puede ver, por una parte, en el nuevo arte de la Italia de los siglos XIII y XIV, el cual contiene ya los gérmenes del Renacimiento, y, por otra, en los movimientos sociales del siglo XIV, en los que por vez primera los sectores más pobres y oprimidos de la sociedad medieval afirmaron sus demandas de justicia».

Sigue diciendo Dawson que, aunque «jamás una sociedad o cultura ha realizado las aspiraciones de sus hombres más eminentes» y, además, «el ideal cristiano tiende a trascender todas las formas culturales», se puede afirmar que «nunca ha habido una edad en la cual el cristianismo haya alcanzado una más lograda expresión cultural como el siglo XII. Europa no ha visto un héroe cristiano más grande que san Francisco de Asís, un pensador cristiano más grande que santo Tomás de Aquino, un poeta cristiano más grande que Dante y, quizá, ningún gobernante cristiano más grande que san Luis, rey de Francia. No afirmo que el nivel general de la vida religiosa haya sido más alto en esta época que en otras, o que el estado de la Iglesia haya sido más saludable; menos aún sostengo que los escándalos hayan sido más raros o los males morales menos obvios. Lo que se puede afirmar es que en la Edad Media, más que en otros periodos en la vida de nuestra civilización, la cultura europea y la religión cristiana existieron en un estado de simbiosis. En efecto, las más altas expresiones de la cultura medieval — sea en arte, en letras o en filosofía — fueron religiosas, y los más grandes representantes de la religión medieval fueron también líderes en el campo de la cultura».

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Julien Green. Hermano Francisco (Frère François, 1983). Santander: Sal Terrae, 2002.

G. K. Chesterton. San Francisco de Asís (St. Francis of Assisi, 1923). Barcelona: Juventud, 1998, 3ª ed.; o Madrid: Encuentro, 2012.

Christian Bobin. El Bajísimo. San Francisco de Asís (Le Très-Bas, 1992). San Sebastián: El Gallo de oro, 2016.

Las dos citas de Christopher Dawson están en «El surgimiento de la civilización occidental» (Christianity and the Rise of Western Civilization, Progress and Religion, 1929), y «La cultura literaria en la Edad Media» (The Literary Development of Medieval Culture, 1934–1953), ambos textos en Historia de la cultura cristiana. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1997.

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Luis Daniel González
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Written by Luis Daniel González

Escribo sobre libros, y especialmente sobre libros infantiles y juveniles, en www.bienvenidosalafiesta.com.

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