‘Verano tardío’, de Adalbert Stifter

Luis Daniel González
5 min readJan 30, 2021

Esta es la novela más importante de Adalbert Stifter, considerado por algunos como el mejor prosista de la literatura austríaca.

Comienza en 1818. El narrador, Heinrich Dreudorf, hijo de un comerciante acomodado, se presenta en una mansión para refugiarse de una tormenta que le sorprende durante un paseo por el campo. Resulta ser propiedad del barón von Risach, al que Heinrich explica que «sólo soy un viajero. Poseo la suficiente fortuna como para no tener que depender de nadie, por lo que me paseo por el mundo y me dedico a observar». A través del barón, Heinrich conoce a Natalia, hija de Matilde, una amiga de juventud del barón. El amor nace y crece lentamente y, entretanto, asistimos al increíble desarrollo espiritual-cultural de Heinrich, y conocemos la historia del barón y su no menos alucinante interés por todas las ramas del saber.

El autor despliega su virtuosismo en detalladísimas descripciones, páginas y páginas señalando detalle tras detalle de cada una de las salas de unas elegantísimas mansiones que servidumbre y visitantes recorren en zapatos de fieltro para no estropear la belleza de los suelos. Pero es, sobre todo, su carácter de libro que narra un proceso educativo ideal el que convirtió a Nach-sommer en un libro de referencia entre las llamadas bildungroman o novelas de formación. Ningún campo del saber queda fuera de los intereses de Heinrich: trabajos artesanales de distinta índole, toda clase de artes sistemáticamente abordadas — pintura, escultura, música, literatura, etc. — , aprendizaje de idiomas, lecturas de los clásicos en sus lenguas originales… Este planteamiento responde a la fe de Stifter en el valor de una educación cuyo objetivo debe ser una cultura enciclopédica vinculada con un progresivo crecimiento en inteligencia y sensibilidad. Stifter propugna renunciar a la vida social en favor de la vida natural; elogia el armónico equilibrio de la naturaleza construyendo claros paralelismos entre paisajes naturales y mundos interiores; y si manifiesta una visión cristiana en los planteamientos de fondo y elogia lo religioso como valor cultural, en la vida de sus personajes no hay ninguna práctica religiosa.

Al margen de que sea probable o no un crecimiento educativo tan idílico, siempre ascendente, sin un altibajo, sin una salida de tono, con alumnos y preceptores siempre amables, conviene recordar que, por influencia de Goethe, una gran proporción de las clases medias de los países de lengua alemana del siglo XIX y comienzos del siglo XX, consideraba la relación diaria con la naturaleza y el arte como equivalente a las oraciones diarias. Lo explica Ernst Gombrich: «En mi infancia vienesa, la regla era que mi padre nos llevara casi todos los domingos a un museo o al campo, a los famosos bosques de Viena, y recuerdo perfectamente que tenía un concepto más elevado de esta rutina que de la observancia religiosa a la que se nos instaba en la escuela. Nunca fue amigo de palabras altisonantes, pero con delicadeza insinuaba que éste era y debería ser para nosotros el equivalente al culto divino». En ese ambiente cultural familiar, sigue Gombrich, muchos artistas de toda clase «eran dioses familiares, las divinidades de aquella religión de la clase media que se conocía como “Bildung”. Este término significa literalmente “formación”, pero acaso su mejor traducción sea “equipamiento mental”. Así las cosas, era natural que los adolescentes recibieran libros de historia como regalo de cumpleaños o por navidad, y como no había televisión ni vídeos, hasta los leían».

Otra de las dimensiones importantes de la obra de Stifter la explica el escritor checo Milan Kundera. En su opinión, Stifter es «el escritor clave de la Europa central del siglo XIX, ¡fruto eximio de esa época y de ese espíritu idílico y virtuoso que llamamos “Biedermeier”!». La razón está en que, cincuenta años antes que Max Weber, el escritor austríaco se plantea con gran seriedad la pregunta: «¿Qué significa en concreto para un hombre vivir en un mundo burocratizado?, ¿cómo se transforma por ello su existencia?». En su respuesta, contenida en las explicaciones que da el aristócrata Risach al joven Heinrich cuando le cuenta por qué decidió retirarse a su castillo, tenemos «la primera (y magistral) descripción “fenomenológica” de la burocracia». Después de haber sido un alto funcionario durante un tiempo, Risach se dio cuenta de su incapacidad de trabajar en la administración pues él es un hombre de lo concreto, para quien es necesario realizar trabajos cuya utilidad pueda comprender, y relacionarse con personas cuyo nombre y circunstancias pueda conocer. «Su ruptura con la burocracia es una de las grandes rupturas del hombre con el mundo moderno. Una ruptura a la vez radical y apacible, como corresponde a la atmósfera idílica» de la obra de Stifter. Una ruptura que Franz Kafka expondrá en toda su crudeza cuando, sesenta años después, presenta en El castillo la victoria de la burocratización total.

Otro comentario que a mí me ayudó a entender el valor de Verano tardío y de su autor lo hizo Pablo D’Ors en un ABC de 2009 —que veo que ahora no está disponible en la red — , y allí señalaba cómo en esta novela se ve que Stifter tenía una «fe incomparable en la inteligencia y sensibilidad humanas, así como en la posibilidad de que éstas puedan ser orientadas a un fin noble y elevado», y que tenía también un «desaforado amor al arte y a la naturaleza, los dos principales manantiales de una cultura (típicamente germánica) entendida como culto». Y que seguramente fueron estos méritos los que le hicieron decir a Romano Guardini que «nadie como Stifter, y con tanta excelencia, abogó por la fidelidad a sí mismo y por la constancia en la entrega a la propia obra».

Adalbert Stifter. Verano tardío (Nach-Sommer, 1857). Valencia: Pre-textos, 2008; 896 pp.; col. Narrativa Clásicos; trad. de Carmen Gauger; ISBN: 978–84–8191–872–4. Hubo una nueva edición en 2017. Hubo una edición, titulada El veranillo de san Martín, incluida en Las mejores novelas de la literatura universal, XIV, novela alemana *. Madrid: Cupsa Editorial, 1982; 432 pp. de 857 pp.; trad. de Mercedes Conill; ISBN: 84–390–0199–1.

Las citas de Gombrich están tomadas de artículos recogidos en Gombrich esencial — Textos escogidos sobre arte y cultura (The Essential Gombrich, 1996). Madrid: Debate, 2004, 2ª ed.; 624 pp.; edición de Richard Woodfield; ISBN: 84–8306–586-X.

Los comentarios de Milan Kundera figuran en El telón: ensayo en siete partes (Le Rideau. Essai en sept parties, 2005). Barcelona: Tusquets, 2005; 202 pp.; col. Esenciales; trad. de Beatriz de Moura; ISBN: 84–8310–411–3.

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Luis Daniel González

Escribo sobre libros, y especialmente sobre libros infantiles y juveniles, en www.bienvenidosalafiesta.com.