‘Vida de Samuel Johnson’, de James Boswell
Ahora que comienzan las ferias del libro traigo aquí unas notas sobre un libro que vale la pena comprar pues es un libro para toda la vida: Vida de Samuel Johnson, de James Boswell, en la magnífica edición de Acantilado traducida por Miguel Martínez-Lage. Aunque comprendo la dificultad que muchos tienen ante un libro tan largo y, aparentemente, tan lejano de los intereses del momento, pongo a continuación algunos comentarios y citas del libro con la intención de provocar curiosidad y conseguir para él algunos lectores más.
Debo decir que yo comencé a leerlo «por obligación», por la fama del libro como una de las mejores biografías de la historia, pero enseguida quedé fascinado por la personalidad de Johnson y comprendí por qué Chesterton lo defiende tanto y ensalza el libro: «se dice que el comportamiento de Johnson era rudo y despótico. A veces era rudo, pero nunca despótico. Johnson no era un déspota en absoluto. Johnson era un demagogo que gritaba a una muchedumbre gritona. El hecho mismo de que riñera con otra gente es la prueba de que permitía a otra gente que riñera con él. Su misma brutalidad se basaba en la idea de una escaramuza equitativa, como las del fútbol. Es estrictamente cierto que gritaba y golpeaba la mesa porque era un hombre modesto. Le asustaba honestamente ser apabullado e incluso mirado por encima del hombro. (…) Johnson era un insolente igual a los demás y por tanto era amado por todos los que le conocían y fue inmortalizado en un libro maravilloso, que es uno de los auténticos milagros del amor».
En mi caso, y creo que es lo mejor, fui leyendo el libro poco a poco, durante meses, tomando muchas notas y haciendo incursiones en otros libros y en wikipedia para enterarme algo más acerca de las personas que van saliendo en sus páginas. Pongo a continuación algunas de las anotaciones que hice.
El libro abunda en conversaciones polémicas en las que brillan las dotes de Johnson para la ironía sarcástica. Por ejemplo cuando, llevado de su afán discutidor, recurre a ejemplos cómicos para obtener la victoria en la conversación: «Suponiendo — dijo — que la esposa de alguien fuera de natural inclinada al estudio y a la discusión de temas cultos, resultaría muy enojoso; por ejemplo, imagine a una mujer que de continuo abundase sobre la herejía de Arriano». O cuando, en una discusión entre varios acerca de dos poetas contemporáneos, le preguntan cuál de los dos le parece mejor, y concluye: «Señor mío, aún no se ha establecido el orden de prelación entre el piojo y la pulga».
Son muchas las declaraciones graciosas por su estilo provocador en las confrontaciones dialécticas en busca de azuzar la susceptibilidad picajosa de algunos oyentes (que, me atrevo a decir, entre los lectores de ahora es mayor). Así, a propósito de la general insuficiencia de la educación y la escasa cultura en Escocia afirma: «Su saber es como el pan en una ciudad sitiada: todos sus habitantes reciben un mendrugo, pero ninguno come como es debido». Otras aparecen cuando Boswell le dice a Johnson que fue a una reunión de cuáqueros en la que oyó predicar a una mujer, y Johnson comenta: «Una mujer que se pone a predicar es como un perro que sabe caminar sólo con las patas de atrás. No lo hace nada bien, pero sorprende que lo haga».
Otras afirmaciones, cómicas por lo ceremoniosas, afloran en sus cartas y, además de dar a conocer qué mente tan particular tenía, resultan a veces hilarantes para nuestra mentalidad. Así, cuando sufre una especie de ataque siente «una confusión y una indefinición del entendimiento que duró, yo diría, medio minuto. Me alarmé y recé a Dios para que al margen de cómo dispusiera afligirme en lo corporal, me dejara intacto el intelecto. Esta plegaria, para poner a prueba la integridad de mis facultades, la hice en versos latinos. No es que fuera una buena composición, pero tampoco esperaba que lo fuese. Hice unos versos fáciles y concluí que seguía hallándome en plenitud de facultades».
El libro describe situaciones y recoge comentarios que dan mucha idea de la forma que Johnson tenía de afrontar y entender la vida. Así, cuando le dice Boswell que sería terrible si, a causa del mal tiempo, no encontrase una manera de viajar de regreso a Londres, Johnson le recomienda equilibrio: «No se acostumbre a emplear grandes palabras para las cosas pequeñas. No sería terrible aunque cuando me viera retenido aquí por un tiempo». En otra ocasión , cuando un amigo comenta que el verdadero carácter de un hombre se desprende de cómo y cuáles sean sus entretenimientos, Johnson le da la razón: «Así es, señor: nadie es un hipócrita con sus placeres».
Su pasión por la verdad asoma en afirmaciones como esta: «Si acostumbro a un criado a que mienta por mí, no tengo motivo para no suponer que mienta a menudo por sí mismo». O como esta: «Desconozco si ver la vida como es nos será de gran consuelo, si bien el consuelo que de la verdad se deriva, si existe, es sólido y duradero, mientras que el consuelo que se extrae del error ha de ser, como su fuente, falaz y fugaz». O como este juicio que hace sobre un conocido cómico, de quien dice que «posee una gran amplitud de ingenio (y) nunca permite que la verdad se interponga entre él y una buena broma, llegando a ser grosero en demasía».
Su defensa de los buenos modales — a pesar de que a él se le podría reprochar que a veces no los tenía — se ve cuando, después de la expulsión de unos alumnos de la universidad de Oxford y Boswell comenta: «¿No es duro el expulsarlos? Tengo entendido que eran buenas personas», Johnson contesta: «Entiendo que pueden ser buenas personas, pero no eran personas adecuadas para estar cursando estudios en Oxford. Una vaca es un buen animal en un prado, pero nadie la aguanta en un jardín». O, cuando le preguntan si cree que es pernicioso reírse de un hombre delante de sus narices responde así: «Caramba, señor, eso depende de quién sea y del motivo por el cual uno se ría. Si es hombre superficial y se trata de algo ligero, se puede, ya que nada valioso se le arrebata con la risa».
El libro es también un pozo sin fondo para los interesados en la crítica literaria. En una tertulia, cuando alguien indica que ninguno de los presentes tiene derecho a criticar una obra teatral puesto que ninguno sería capaz de escribir otra así de buena, Johnson replica: «En modo alguno, señor; ése no es un razonamiento justo. Bien se puede criticar una tragedia aunque no sea uno capaz de escribir otra. ¿O no se puede regañar a un carpintero que fabrica una mala mesa, aun cuando no sepa uno hacerla? El oficio de usted no consiste en fabricar mesas».
En ese terreno de los comentarios literarios son magníficos, y tienen validez general, los juicios acerca de algunos autores. De un escritor de su época decía que «tiene demasiadas palabras, y las que tiene le vienen bien grandes». De otro, un hablador incontinente, que «tira y tira del hilo sin saber por dónde va a salir. Tiene un gran genio pero su saber es pequeño. Como se suele decir de los generosos, lástima que no sea rico». Cuando Boswell le habla de un autor que lo lleva a uno en volandas, Johnson discrepa: «No, señor. A mí no me lleva en volandas, sino que me deja atrás. Más bien me empuja hacia delante, pues me lleva a pasar varias páginas a la vez». Cuando una señora se lamenta de que Milton no hiciese buenos sonetos, Johnson le replica: «Milton, señora, era un genio capaz de tallar un coloso en una roca, pero que no sabía tallar bustos en huesos de cereza».
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James Boswell. Vida de Samuel Johnson (Life of Samuel Johnson; primera edición en mayo de 1791; segunda, con añadidos y correcciones, en julio de 1793; tercera, después de la muerte de Boswell, en 1799). Barcelona: El Acantilado, 2007.
La cita de G. K. Chesterton está en «La visión común», Lo que está mal en el mundo (What´s Wrong with the World, 1910). Madrid: Ciudadela, 2006.